martes, 13 de abril de 2010

LEYENDAS DE LA CATEDRAL DE LEÓN

LEYENDA DE LA VIRGEN DEL DADO

          La Virgen del Dado, que lógicamente no se llama así
sino María como las otras Vírgenes, debe su nombre popular 
a una leyenda.

          En los tiempos en que la portada norte de la catedral y donde se efigia la imagen de la Virgen con el Niño sobre el brazo izquierdo no estaba aún protegida por el claustro sino que daba directamente al exterior, gentes de toda condición pasaban por la estrecha rua que la rodeaba y también a su sombra prescindible se sentaban a matar el tiempo con el juego o con los chismes esas mismas gentes.


          Tales circunstancias han dado pie a que se nos cuenten dos

versiones distintas de una misma historia.
          Una versión dice que un jugador después de haber perdido todo su dinero en una partida de dados celebrada en otro lugar de la ciudad, regresaba cabizbajo y enfurecido por la derrota camino de su casa. Debía ser más de media noche. Cabe imaginar aquella miserable calleja medival solitaria, oscura y silenciosa. El jugador, al pasar ante la imgen de la Virgen, elevó la vista hacia la puerta del templo como si buscara una respuesta tranquilizadora y al ver los ojos de su propia concienica en aquellos ojos serenos de piedra que lo estaban contemplando, fue tal su ira que, después de blasfemar, lanzó con fuerza uno de los dados causantes de su desgracia, de modo que fue a estrellarse en el rostro del Niño que descansa en brazos de su madre. Sonó el impacto y al instante se abrió una herida en la frente de ese niño hijo de Dios y por ella empezó a fluir la sangre. El infeliz, al contemplar atónito aquel milagro, se asustó, se puso de rodillas y afligido pidió perdón por su injuria. Al verlo la Virgen sinceramente arrepentido no sólo quiso otorgarle su clemencia sino también el sueño fallido de todo jugador tras perder una partida: asumir el máximo riesgo en un nuevo envite con el fin de recuperar y luego abandonar el vicio. Sin embargo, el afortunado jugador que nos ocupa parece ser que consiguió ambas cosas gracias a su arrepentimiento y a la ayuda de la Virgen que desde entonces es conocida como Virgen del Dado.

          La otra versión nos cuenta que cuatro jugadores disputaban su fortuna apaciblemente sentados ante ese portal norte de la catedral y que uno de ellos desesperado tras perder... El resto ya se sabe. La historia, a partir de aquí, coincide con lo dicho.

          Esta segunda versión es la que Nicolás Francés quiso inmortalizar en su dibujo para la vidriera que, precisamente ante los mismos ojos del Niño y de la Virgen del Dado, comunica con el claustro. 

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