LEYENDAS
Todos
los tiempos han sido propicios a la leyenda, pero en el medievo,
cuando se juntaban con tanta pasión la fe, la magia, la superstición
y a veces la incultura con el deseo de trascender sus propias
fuerzas, ésta encontraba cualquier motivo para hacerse notar.
Curiosamente la palabra leyenda
carecía en la Edad Media del sentido actual que le confiere la
tradición y la inventiva. Se refería, de modo exclusivo, a las
vidas de los santos leídas en los conventos. Eso sí, con cierto
aire de exageración que ennobleciese la figura.
Con
el espíritu posterior donde entra en juego la fantasía en toda su
ambición nos hacemos eco de algunas de esas tradiciones legendarias.
Nada más propio a una catedral como la de León donde casi todo es
magia y lo que no es magia es fe, que las leyendas. En su momento se
habla de la del Foro y Oferta, del Tributo de las Cien Doncellas. Hay
otras. Pero aquí queremos referirnos a dos de las que gozan de mayor
prestigio en la memoria de la gente.
LEYENDA
DEL TOPO DE LA CATEDRAL
Se
necesitaron años, sacrificios y maestros para completar este milagro
que tanto jugó con lo imposible. Pero no solo el desafío a
volúmenes y altura, a las fuerzas incontroladas de la Naturaleza, lo
frágil que es su cuerpo, la sutileza de sus líneas... han supuesto
obstáculos para el final feliz de la obra.
A
pocos meses del comienzo de las obras en el subsuelo, en los
cimientos mismos de la catedral empezaron a producirse temblores
extraños y corrimientos de tierra que ponían en peligro su
estructura. Los canteros trabajaban sin apenas descanso desde la
salida del sol hasta el ocaso y luego se acostaban. Una mañana al
levantarse pudieron comprobar que gran parte de lo construido durante
el día se había desplomado por la noche. En un principio lo
atribuyeron a algún fallo en la construcción, posible accidente o
inclemencia. Pero según pasaban los días se iba repitiendo el
desastre, retrasando considerablemente las obras, poniendo en peligro
el proyecto y sin que pudieran encontrarse explicaciones lógicas a
tanta ruina.
Es
sabido que lo topos son animales nocturnos que excavan con sus patas
profundas madrigueras bajo tierra, destrozando de ese modo las raíces
de las plantas y los árboles. Los canteros, sorprendidos e
impotentes ante la burla que estaba sufriendo su trabajo, empezaron a
sospechar que algún animal extraño -quizá un topo gigante-,
pudiera estar construyendo su guarida precisamente allí, donde antes
se habían asentado las termas y los hornos que empleaban los romanos
para calentar el agua de los baños, y con esa labor de sabotaje
fuera el auténtico culpable de la destrucción de “las raíces”
del templo como si se tratara de las de un árbol.
Se
puede intuir que alguno de ellos se mostrara escéptico, pero ante el
rumbo que estaban tomando los acontecimientos y desesperados,
“dictaron sentencia”, seguros de la causa de sus males, y
decidieron por unanimidad diseñar un plan que pusiera fin a aquella
pesadilla. Idearon una trampa que tendieron al animal para cazarlo. Y
ya en la primera noche, mientras el gigantesco topo excavaba una
nueva gruta que hubiera supuesto otro estropicio en la obra, le
dieron alcance y a palos acabaron con su vida. Muerto, secaron su
piel al sol y una vez curtida decidieron colgarla en el interior de
la iglesia, sobre la puerta de san Juan por la que habitualmente se
accede a la catedral. Pretendían que elemento tan poco sagrado
permaneciera como recuerdo y testimonio de aquel suceso que mantuvo
en vilo a canteros, clérigos y al pueblo de León.
Desde que los canteros lo colgaron,
allí ha permanecido siempre y permanece aún. Pero en 1996 se bajó
de su lugar y fue enviado a Cataluña para que presuntos expertos
despojaran de residuos y recuerdos de años el famoso pellejo del
topo. Esos hombres, tal vez provistos de técnica y razón pero no de
fantasía ni sensibilidad suficientes para entender la memoria
colectiva y ancestral de la gentes, no solo se atrevieron a limpiar a
fondo la pieza y analizarla sino que también osaron negar que
perteneciera a un topo y afirmaron que quizás pertenecía al
caparazón de una tortuga.
Aun
después de aquello, de sus extrañas maniobras, sigue pareciendo más
un topo que una tortuga. Y por si ello no fuera suficiente aseguramos
que las pruebas frías de unos técnicos nunca tendrán tanto valor
como la tradición de siglos y la leyenda cincelada en la memoria de
un pueblo.
El
topo sigue hoy en su lugar de siempre y la catedral en pie, firme,
sin sobresaltos mientras el topo permanezca donde debe. Que no lo
toquen ni lo molesten.
LEYENDA DE LA VIRGEN DEL DADO
La
Virgen del Dado, que lógicamente no se llama así sino María como
las otras Vírgenes, debe su nombre popular a una leyenda.
En
tiempos en que la portada norte de la catedral y donde se efigia la
imagen de la Virgen con el Niño sobre el brazo izquierdo no estaba
aún protegida por el claustro sino que se abría directamente al
exterior, gentes de toda condición pasaban por la estrecha rúa que
la rodeaba y también a su sombra prescindible se sentaban a matar el
tiempo con el juego o con los chismes esas mismas gentes.
Tales circunstancias han dado pie a
que se nos cuenten dos versiones distintas de una misma historia. Una
versión dice que un jugador, después de haber perdido su dinero en
una partida de dados celebrada en otro lugar de la ciudad, regresaba
cabizbajo y enfurecido por la derrota camino de su casa. Debía ser
más de media noche. Cabe imaginar aquella miserable calleja medieval
solitaria y oscura. El jugador, al pasar ante la imagen
de la Virgen elevó la vista hacia la puerta del templo como si
buscara una respuesta tranquilizadora y al ver los ojos de su propia
conciencia en aquellos ojos serenos de piedra que lo estaban
contemplando, sufrió tal acceso de ira que después de blasfemar y
con toda la fuerza posible lanzó uno de los dados causantes de su
desgracia de modo que fue a estrellarse en el rostro del Niño que
descansa en el brazo de su madre. Sonó el impacto y al instante se
abrió una herida en la frente de ese niño y por ella
empezó a fluir la sangre. El infeliz, al contemplar atónito lo que
sin duda consideraba un milagro, se asustó, se puso de rodillas y
pidió perdón por su injuria.
A
la mañana siguiente contó asustado a sus amigos y familiares cómo
la Virgen, comprobando su sincero arrepentimiento, no solo quiso
otorgarle su clemencia sino también el sueño fallido de todo
jugador tras perder una partida: asumir el máximo riesgo en un nuevo
envite con el fin de recuperar anteriores apuestas y luego abandonar
el juego para siempre.
El
afortunado jugador que nos ocupa parece ser que regresó sobre sus
propios pasos, llegó a la mesa donde los vencedores disfrutaban de
sus ganancias y los retó a una última mano, recuperando en una sola
jugada todo su dinero. Merced que atribuyó a su arrepentimiento y al
“auxilio” de la Virgen que desde entonces es conocida como Virgen
del Dado.
La
otra versión nos cuenta que cuatro jugadores disputaban su fortuna
apaciblemente sentados ante ese portal norte de la catedral, que uno
de ellos desesperado tras perder... El resto ya se sabe. La historia
a partir de aquí, coincide con lo dicho anteriormente.
Esta segunda versión es la que
Nicolás Francés quiso inmortalizar en su dibujo para la vidriera
que precisamente ante los mismos ojos del Niño y de la Virgen del
Dado comunica con el claustro.
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