miércoles, 8 de abril de 2020

CARRIZO

Todo pueblo con más de cinco siglos de existencia se considera a sí mismo poseedor de una historia, un pasado y una memoria que además del orgullo que han ido fijando a lo largo de los años los cronistas, le otorga la responsabilidad de un presente que como no se ha improvisado es en cierto modo deudor de esa misma historia. 


Carrizo le debe la vida fundamentalmente a un monasterio y a un río. Por eso se podría decir -sin miedo a equivocarse- que este pueblo es fruto de la lentitud y la paciencia, de la contemplación, de los rezos, de la voluntad y de esa savia fértil que las aguas dulces suelen sembrar en las riberas. Atributos generosos y tranquilos que le insuflan su aire acogedor de calma fresca y sencilla. El mismo que se puede respirar sin esfuerzos al recorrer sus calles y sus alrededores cualquier tarde de domingo durante los meses del otoño, la primavera o el invierno. En verano es diferente, porque el bullicio que traen en ese tiempo los hijos de ese nuevo fenómeno del turismo que desde la década de los setenta invade también el pueblo, transforma su fisonomía y su semblante y acelera los latidos de su inquieto corazón.

Carrizo de las Monjas o Carrizo de la Ribera. Toda su vida en torno al monasterio o al río.

El Órbigo no es un río cualquiera. Es un río sereno y heroico que nace sin estruendo al encontrarse como en un acto de amor secreto el Luna y el Omaña, que crece sin prisas y que al llegar, precisamente a las inmediaciones de Carrizo, gana y entrega con generosidad todo su esplendor formando la Ribera. Por sus aguas corren las truchas más preciadas del país y sus orillas atesoran algo de magia, de imán y de estrategia. En ellas se han establecido asentamientos y se han disputado batallas desde muy lejanos tiempos. Pero el río ha seguido ahí, perseverante, tenaz, heroico, rodeándose de prados y de vegetación donde los animales han encontrado su alimento y los hombres una alternativa valiosa para el cultivo del algodón, el lúpulo, la menta, las legumbres y las hortalizas, esperando con generosa amabilidad a los pescadores, a los curiosos, a los domingueros y a los que únicamente desean perder por unos segundos la vida y la mirada en el brillo sagrado de sus aguas para ganar así un momento impagable de felicidad.

Sin embargo, Carrizo no nació como tal hasta el siglo XII cuando doña Estefanía Ramírez, esposa del conde Ponce de Minerva, mandó construir el Monasterio de Santa María para cobijo de religiosas cistercienses. Un edificio hermoso rodeado de abundante vegetación, a la sombra de los árboles y en medio del silencio. Hoy la Plaza Mayor nos acerca al Arco de San Bernardo que coronan la imagen del santo en una hornacina, y una cruz, y que nos sirve de entrada. Nos reciben plácidos jardines bien cuidados y el que fuera Hospital de Peregrinos, luego palacio de los Marqueses y en los últimos años reconvertido en centro hostelero con el nombre de “Posada del Marqués”. 

En su interior el monasterio conserva un retablo barroco, la delicada sillería del coro e interesantes piezas, aunque las consideradas verdaderamente valiosas, “han emigrado” hacia destinos más ambiciosos o rentables, como sucede con ese llamado Cristo de Carrizo, realizado en marfil allá por el siglo XI y que hoy se expone en el Museo de León, o el arcón Románico del siglo XIII decorado con policromías referentes a la vida de Cristo y que se encuentra en el Museo de la Catedral de Astorga. 

En torno al monasterio surgiría el pueblo. Y en torno a él se fue desarrollando. De la forma tranquila, ordenada y serena que suele emanar de un monasterio. Pero también con un considerable esfuerzo que, sin duda, ha dejado sus huellas. 

La fuerza de la constancia y la tradición propició que durante los largos años medievales y aun en la Edad Moderna, la vida de Carrizo y la de toda la comarca girase sobre el centro religioso.

Se dice que Don Suero de Quiñones y sus caballeros pernoctaron allí finalizada la batalla del Passo Honroso, y también que la reina Berenguela, esposa de don Alonso de León y mujer espléndida y muy preocupada por las obras religiosas y aun civiles de la provincia, lo visitaba con frecuencia.

La abadesa del Monasterio reunía en su persona un gran poder ya que no solo representaba la máxima autoridad para las monjas sino que gozaba además del privilegio de jurisdicción sobre los habitantes y los pueblos de la zona, incluyendo el río.

Así pues, como se ha dicho, el esplendor de esos años giró de manera esencial en torno al Monasterio. Por ello no es de extrañar que con la decadencia que sufrió la comunidad de religiosas en el siglo XIX se produjera también un importante declive en el pueblo.

Pero después de unos años de transición, y como si se tratara de una alternativa establecida previamente o de la sincronización perfecta de dos relevistas, el nuevo despegue de Carrizo que deviene a mediados de este siglo XX se origina en torno al río y la riqueza que genera impulsando de manera notable la ganadería y los cultivos industriales entre los que le ha correspondido un protagonismo especial al lúpulo. El cultivo del lúpulo, necesitado de agua todo el año, no podía encontrar mejores terrenos que estos que rodean al Órbigo. De él viven y han vivido muchas familias de la zona donde se concentra la práctica totalidad de la producción del país y al que se dedica cada año una multitudinaria feria. La sede de la empresa “Española de Fomento del Lúpulo” se ubica en el término de Villanueva de Carrizo, pero para quienes no hayan recorrido aún la zona, les diremos que sólo los separa -o los une- el río y un sólido puente de hierro inaugurado con gran solemnidad en el año 1895, contando con la asistencia del gobernador civil de la provincia, el alcalde y el ingeniero que dirigió las obras.

Regresando al centro religioso, señalaremos que aunque su influencia ya nunca volverá a contar con el poderío ni las prerrogativas de antaño, en esta nueva etapa de esplendor no se le olvida y es declarado en 1974 Monumento Nacional. Título tan prestigioso dará lugar a una restauración completa que ha permitido que siga no solo vivo para el presente y el futuro sino también como testigo de la tradición y la historia de Carrizo. 

La influencia del río, en cambio, no se limita a la riqueza directa que genera en su ribera sino también a la seducción que ejerce sobre el turismo. Un turismo atraído especialmente por el clima, la vegetación, el paisaje (hijos directos del río), con lo que el pueblo, situado en el centro de la provincia de León, se consolida de forma definitiva también como centro de la comarca. Surgen al lado de las casas hidalgas -que aún conserva-, las edificaciones de varias plantas, los restaurantes, los bares, el camping, las entidades bancarias, las discotecas, el polideportivo, todas esas obras e infraestructuras que le cambian la cara a Carrizo para convertirlo en un lugar moderno que no ha perdido su condición antigua, un pueblo que por muchos cambios que experimente y mucho afán que ponga en nuevos progresos nunca podrá olvidar que es un pueblo deudor de un monasterio y un río, y que si quiere seguir viviendo con dignidad, deberá de volver los ojos, de vez en cuando, hacia ellos.

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