viernes, 8 de mayo de 2020

LAGUNA DE NEGRILLOS

Laguna de Negrilllos rinde tributo a la Naturaleza ya en su nombre. El agua y los árboles como símbolo máximo del campo y la vida que generan. Ambiciones -sueño y deseo- necesarias y casi indispensables para un territorio enclavado al sur del páramo leonés, donde dichos elementos no abundan precisamente con la generosidad que en otras zonas de la rica y variada provincia de León. 


Los negrillos que, según viejas tradiciones, bordeaban en lejanos tiempos charcos, poblaban las riberas de los arroyos y se adentraban hasta las mismas puertas de las casas, poco a poco fueron sufriendo sucesivas pérdidas a medida que se roturaban terrenos destinados al cultivo, hasta que ya en la década de los setenta del pasado siglo, la grafiosis (esa enfermedad letal que según parece viene de Asia, donde los olmos son más resistentes que aquí) acabó definitivamente con los últimos ejemplares. 

El agua, que nunca ha sobrado a estas tierras, se remansaba, en cambio, en pequeñas lagunas o fuentes naturales que brotan sin excesivo entusiasmo en los alrededores del pueblo.

Las condiciones de vida y el paisaje han cambiado con los años, pero el espíritu primero permanece en sus calles, en sus casas, en sus iglesias y en la memoria de los nuevos pobladores. La primera vez que visité Laguna de Negrillos -por los ya lejanos años setenta- la impresión que recibieron mis ojos fue la estampa de un gigante que llevara mucho tiempo tendido de espaldas al sol con los brazos abiertos en cruz y el semblante sereno contemplando una llanura a la que no se le adivina el horizonte mientras evoca con nostalgia una historia que puede que comenzase hace más de mil años. 
Reyes, belicosos guerreros, señores con ambiciones de aristócratas y servidores fieles eligieron el enclave como punto de defensa en sus tareas de dominio y expansión. 

Aunque caben muchas posibilidades de que Fernando II fuese el primero de los monarcas del reino leonés que eligió este enclave como uno de sus baluartes defensivos en estratégica zona, en realidad sería su hijo Alfonso IX (el rey a quien alcanzó la gloria de convocar en el claustro de san Isidoro de León La Curia Regia en que se encontraban representados “Los Tres Estados”, como precursora de las primeras cortes que podríamos definir como democráticas en la vieja Europa) quien otorgó fuero a Laguna y la repobló y engrandeció, esforzado en mantener firme un camino de salida a su reino en torno a la Vía de la Plata. 

El rey castellano Alfonso VIII, rompiendo los pactos previamente suscritos se había saltado las fronteras y comenzaba a invadir territorio leonés. Ya se había apoderado de Valderas y Valencia de don Juan, a escasos quilómetros de Laguna, objetivo siguiente del castellano, previo acoso a la importante población de Astorga. Ambas plazas, sin embargo, resistieron aunque dichas acometidas animan al rey de León a defenderse de manera más firme e inicia la construcción de murallas y un imponente castillo con su altiva y sólida torre mayor. Castillo que a lo largo de los años ha sufrido achaques, rehabilitaciones y ruinas pero llega hasta nosotros con un magnífico aspecto. 

Contamos con referencias del apoyo de Alfonso IX a una época de esplendor para Laguna de Negrillos, y también con textos que confirman su estancia en el pueblo, ya que en uno de los puntos del “Fuero” otorgado se reseña, “el deber colectivo de entregar al rey, cuando viniera a Laguna, la cantidad de 30 maravedíes en equivalencia dineraria de un buen yantar debido al monarca”. 

Algunos documentos y escritos, sin embargo, apuntan a otros reyes como impulsores de la época de esplendor de Laguna de Negrillos, y donantes de los fueros. La confusión quizás la propicie el hecho de que como apunta el historiador Justiniano Rodríguez, “el núcleo primitivo (se refiere a los fueros) viene puesto en boca de un rey Alfonso (sin especificar ordinal) quien justifica la concesión generosa de la carta cuando dice: “que yo el rey don Alfonso hago a vos los pobladores de Laguna e de todas sus aldeas”.

Aparecen también referencias anteriores en escritos a lugares que bien pudieran identificarse con el pueblo actual, por ejemplo en donaciones como la que realiza el rey Alfonso VI -conquistador de Toledo, impulsor del Camino de Santiago y uno de los grandes reyes de la historia de España- a “la iglesia de Astorga”.

Pero al igual que sucediera en otros muchos territorios a lo largo del extenso período medieval, siguen a los tiempos de gloria y esplendor años de oscurantismo y decadencia. Se produce un acusado despoblamiento y murallas y castillo se arruinan. Habrá que esperar al siglo XV para que de la mano del conde de Luna, Diego Fernández de Quiñones, recobren buena parte de las venturas de su pasado.

Pero Laguna como el resto de pueblos y personas no puede vivir únicamente mirando hacia atrás, por eso encara el presente y el futuro con nuevos bríos, nuevas esperanzas. Se siguen cultivando cereales y legumbres. Se organizan fiestas que recrean la historia y distraen a los nativos a la vez que invitan a acercarse a forasteros y turistas. Para ello, si es preciso, se amparan en la tradición o se fijan en la tierra. 

La Cofradía del Señor Sacramentado viene organizando desde el siglo XVII “La procesión del Corpus” que congrega cada año a cientos de personas en torno a un espectáculo único donde se mezclan la espiritualidad y el teatro: un san Sebastián ataviado en un estilo entre carnavalesco y militar parte a mediodía de san Juan Bautista (iglesia parroquial que remonta sus orígenes a los siglos XV y XVI, con su espléndida torre amparada por el pequeño pórtico que sustentan seis columnas) y marcha a un ritmo de firmes taconazos seguido de un cortejo integrado por danzantes, los once apóstoles y dos birrias que representan una imagen entre burlona y ridícula del diablo. Los acompañan las mejores imágenes que se conservan en los templos y las niñas y niños ataviados con los trajes con que ese año han recibido la Primera Comunión. Aproximadamente una hora más tarde harán su entrada en la ermita del Arrabal, donde se celebra la solemne misa.

Aún queda el camino de regreso a la iglesia de san Juan. Allí, un san Sebastián convertido a la fe, se despoja de la máscara que ha cubierto toda la mañana su rostro y huye hacia su casa, seguido de los danzantes y birrias y avergonzado de su prepotencia al querer colocarse a la altura del mismo Dios. Acto con el que concluye la vistosa, prolongada y sentida celebración.

Es el “Corpus” una fiesta de hondo raigambre que, como se ha dicho, hunde sus raíces en la Edad Media y ha prendido en los corazones de los “laguneses” con el espíritu de un alma común y ha sido declarada de “Interés Provincial y Regional”.

Pero si celebraciones como ésta podemos afirmar, haciendo uso de una licencia literaria, que llegan del cielo, los vecinos de Laguna, muy pragmáticos, no se olvidan de la tierra de la que se han extraído durante años sus valoradas alubias y, aunque a muchos resulte curioso, a esta generosa, nutritiva y antiquísima legumbre traída de América por los primeros “conquistadores” honran también con una fiesta que no desmerece a las de carácter místico o religioso. En pleno mes de agosto cuando más visitantes, oriundos, emigrados y turistas acuden al pueblo se organizan cuatro días de alegres festejos en los que la ALUBIA se convierte en protagonista máxima y excusa para divertirse. 

Las dos fiestas tradicionales de Laguna, “el Voto” y “el Corpus”, se celebran en fechas primaverales. Y ese detalle que carecía de importancia cuarenta o cincuenta años atrás, torna decisivo en una época en que numerosos vecinos como otros muchos leoneses se habían visto obligados a emigrar hacia lejanas tierras -de la década de los 60 a la de los 80, Laguna había perdido 500 habitantes- en busca de un futuro mejor. Solo podía contarse con su presencia en verano. De ahí nació la idea entre los ediles de organizar una multitudinaria fiesta para el mes de agosto. 

Me dice Vicente Baza, que a mediados de los setenta, los jóvenes que necesitaban clases de recuperación en sus estudios acudían a una antigua biblioteca cedida por al Ayuntamiento. El alcalde comentó a los profesores que no pensaba cobrarles por la cesión del local, pero a cambio quería que organizasen una fiesta de verano. La iniciativa fue asumida por todos dede el primer momento. Se envió a los jóvenes alumnos a pedir dinero por las casas para el festivo fin. Los vecinos colaboraron gustosamente. Y desde un principio se pensó en la alubia -cultivo esencial en aquella época- como la protagonista en torno a la que girase la fiesta.

Desde el primer año resultó un completo éxito, a pesar de la inexperiencia de los organizadores y los escasos recursos con que contaban. Pero ya se atrevieron con desfiles de carros y carrozas, que entonces provocaban más risa que admiración. Como el rústicamente adornado por los más jóvenes, del que tiraba un macho y al que acompañaba como símbolo de su participación en las tareas del campo, una famélica burra que, según recuerda Vicente, había conseguido otro de los mozos de entonces, Virgilio -no recuerda bien cómo ni donde- pero que sus fuerzas (las de la burra) debían ser tan escasas que a duras penas consiguió llegar con vida al final de las fiestas.

Desde entonces, mucho ha cambiado. No en entusiasmo ni imaginación, pero sí en medios, organización y el apoyo esencial de las diferentes peñas. 

Hoy se eligen reina y damas entre las chicas más guapas del pueblo, se organizan desfiles participativos con vistosas carrozas y disfraces, premios y concursos, se baila en las verbenas y las más originales y creativas embarcaciones descienden por las aguas del “reguero”. Los carros -estos sí- lujosamente engalanados despiertan la admiración de los presentes.

No debemos, sin embargo, olvidarnos de la famosa “alubiada”, centro, motivo y justificación en torno a la cual se organiza todo. Un lujo de diversión para quienes participan, pero no menos para quienes lo contemplan.

Estas festividades como otras similares no solo reflejan lo que tienen de espíritu festivo sino que hablan también del alma y el corazón de un pueblo que sueña y no se detiene, que atesora fuerzas suficientes para enfrentarse al duro presente y al incierto futuro para el que cuentan, como hemos dicho, con uno de los más ricos pasados de los muchos que atesoran los pueblos de León.











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